Generaciones
Últimamente percibo una brecha generacional enorme entre nuestros hijos y nosotros. Supongo que es la primavera, los cambios de humor, el malestar general pandémico, la angustia vital en esta época distópica....
Probablemente lo mismo que sentían nuestros padres con nosotros. Intuyo que su distancia o relación paternal podría ser menos distante… Al fin y al cabo, más o menos las relaciones y la forma de vida era similar.
Ellos se quejaban de que veíamos mucho la televisión, la caja tonta. Que nos lavaban el cerebro con tanto programa absurdo. Ellos, que sabían lo que era ganarse la vida, estar en la calle, trabajar desde infantes.Nos reconocemos en estas mismas frases que ahora repetimos mentalmente mientras vemos a nuestros hijos hipnotizados con un dispositivo creado para vivir la vida a través de la pantalla.
No tengo muy claro que es más peligroso. Si la televisión de entonces o el móvil de ahora.
Lo que es evidente es que nuestros padres eran más valientes que nosotros, los adultos de ahora. Venían de una época histórica. Donde trabajar significaba progresar, donde no había conciliación, pero si progresión. Donde la Familia era sinónimo de Hogar, de calor, de cariño, de bocadillos de salchichón con margarina, de onzas de chocolate con pan, de vajillas iguales, vestidos y zapatillas idénticos. Nadie era más que nadie, al menos en apariencia. Otra cosa, era la autoridad ganada en la calle, en clase. Por supuesto, no todo era perfecto, se respiraba exigencia, se oían gritos, se veían volar zapatillas y cumplir castigos… Con el tiempo todo se percibe agradable, conmovedor, como el cofre del tesoro donde se guardan nuestros recuerdos más entrañables, tiernos, verdaderos.
En contraposición, la vida de nuestros hijos es digital. Todo tiene que ser modulado con el dedo, con un video, con un audio... y rápido. No soportan nuestro ritmo vital. Les angustia nuestra manera de conversar, de movernos por la vida, de saborear las conversaciones, las sobremesas, las películas... Incluso nuestras palabras completas en un chat de Whatsapp. Ellos se mueven rápido, contestan “ke p”, “Okkkk”, “Bro”, todo en una amalgama de contracciones donde no hay palabras escritas, no es posible seguir la conversación, hilar una historia, transmitir emoción o percibir sentimientos….
A pesar de tanto ruido, tanta tecnología, hay un vacío enorme. Un hueco donde no hay palabras. Y, sin palabras no hay pensamiento, no hay posibilidad de trasladar mensajes para comunicarnos, interpretarnos, acercarnos, comprendernos.
Y entonces, siento enfado, frustración, incluso angustia, cuando intentas hablar y no encuentras eco al otro lado.
Actuando como educador encuentras mucha soledad. Mucho hueco, incomprensión e incluso desesperación en momentos tensos. Porque, momentos de estrés, de nervios, de enfrentamiento he tenido muchos en otras profesiones. Pero, esto es diferente. Aquí tienes constantemente la sensación de jugarte mucho. De tener que medir exquisitamente las palabras porque la autoimagen, autoestima del otro penden de un hilo. Especialmente en la niñez y adolescencia y cualquier palabra puede ser malinterpretada y puede destruir el cofre de los tesoros del adolescente que tienes sentado enfrente.
Por supuesto, hay momentos absurdos, otros fuera de la realidad y otros entrañables, emotivos, llenos de profundidad, verdad.
Hay muchas anécdotas para recordar... Cada día surge alguna nueva:
“No empatizas, hablas como una madre, no como una amiga”, me dijeron hace poco. Por supuesto, yo no soy tu amiga, soy tu educadora. Sólo si soy una persona responsable, podré ayudarte como me corresponde.
Existe siempre la tentación de acercarte a ellos como una más, para ganarte su confianza, para tener acceso directo a sus vivencias, aventuras y así sentirte cerca de ellos. Pero, eso no es posible si ellos no te dan entrada y acceso directo a su parcela digital o analógica a través de la conversación. A través de las discusiones y a través de mostrar, desde el adulto, una vida que merece ser contada también. Porque los adultos, siempre, seguiremos teniendo miedo, seguiremos sintiendo terror a quedarnos solos, a sentirnos débiles, tristes, a no cumplir con las expectativas de nuestros padres. A no estar a la altura de los sueños no perseguidos por falta de medios, coraje o miedos.
En el fondo, todos nosotros incluidos nuestros padres, nuestros hijos, independientemente de la época, tecnología o desarrollo, anhelamos lo mismo. Y, afortunadamente es lo que nos une: sentirnos parte de una comunidad, tener un propósito de vida y disponer de recursos para conseguirlo.