La histeria

La histeria

No descubrimos la penicilina si decimos que en los últimos 20 años hemos entrado en una especie de locura colectiva individualizada, valga el oxímoron. 

Un estrés muchas veces ficticio que no nos deja ni respirar. La sobre estimulación como forma de vida. La imagen, el vídeo, el comentario al instante, las salidas de tono, los bandos, el entretenimiento solitario en una pantalla y así, podría seguir 3 días. El bombardeo de lo fugaz. La inmediatez. Cada día hay algo "nuevo" que ver, decir, hacer, aprender u opinar. La histeria 

Hemos dejado penetrar hasta el fondo de nuestro cerebro, y por ende a nuestros propios sentimientos, esa locura estresante hasta normalizarla. Hemos dejado de manejar nuestra vida y de encontrarle un propósito. Anular nuestras emociones reales, nuestro quién soy, qué quiero y a dónde voy. Hay que cubrir nuestros impulsos más etéreos. Estimularnos cada día. Puro dopaje. Poco importa una misión a largo plazo. Huimos de lo incómodo. La vida es cada vez más una sucesión de estímulos que necesitamos recibir como adictos. 

Podríamos hacer una tesis sobre ello. De hecho, cada vez se escribe más sobre ello, afortunadamente. Pero en este caso solo se trata de dar unas pinceladas. 

Todos sabemos que internet como empuñadora y las redes sociales como punta de lanza nos han absorbido. Y lo preocupante es que nos han enajenado, estamos manipulados sin saberlo, o sabiéndolo, pero incapaces de salir. Muchos llevamos tantos años en esta neo realidad, o algunos directamente han nacido ella, que cuesta recordar otra forma de vivir la realidad. 

Abarca todos los aspectos de la misma. Desde el entretenimiento hasta el trabajo y la vida personal. Algo que vemos como positivo, renunciando a parte de nuestra esencia humana como seres sociales y a construir desde la cercanía a los demás. Adiós al contacto duradero. La renuncia de los vínculos humanos. Casi nada se hace con tranquilidad. Devoramos videos, memes, frases, fotos, canciones, comentarios de otros, bailes, retos virales, etc. como autómatas. ¡Qué fantasía! “Dame mi dosis diaria”, parece que decimos a nuestra pantalla.  

Igualmente, el ocio exterior cada vez es más una búsqueda de emociones forzadas porque lo importante es que cada momento sea una "experiencia". Pero, ¿qué es la experiencia en la actualidad? El sobre estímulo, el disfrute del instante. Tenemos que hacer el mejor viaje, las mejores fotos, ir a la playa más escondida, comer en el sitio de moda la comida más atrevida, visitar la mejor azotea, el festival más espectacular, tirarse desde un avión, un puente o bajar haciendo rápidos por un río. ¿Para qué? Ni lo sabemos. Ni nos importa. Cuestión de adrenalina. Probar y probar y demostrar. ¿A quién? Tampoco lo sabemos. Sin embargo, todo acaba siendo fugaz porque no buscamos que esas cosas se conviertan en algo que nos ilusione a lo largo del tiempo, que sean un aprendizaje poco a poco para que sean actividades duraderas que integremos a nuestra vida. Lo usamos y lo tiramos. ¡Check! Ya lo hemos hecho y a otra cosa. Una experiencia más que contar a la pantalla. 

Consumimos online la ropa, las formaciones, la comida, el trabajo, las gestiones y hasta las emociones. Podemos estar en todos los sitios a la vez sin movernos porque así “no perdemos el tiempo”, ¿tiempo para qué? No lo sabemos. Para hacer cualquier otra cosa que nos haga no parar, ni reflexionar, ni disfrutar desde la serenidad, desde lo que se construye con el tiempo. Nos generamos la ansiedad y nos la quitamos con la misma receta que la hemos generado. Espiral hacia adentro.  

Así, podemos encontrarnos en cualquier ámbito. Consumimos noticias como la comida rápida. “Estoy al día de la actualidad” decimos. Es decir, nos tragamos 3 hamburguesas sin masticar al día. Redes sociales, TV, tertulianos, polarización, respuestas rápidas, economía, cultura, política, sociedad, medio ambiente... todo en uno. ¡Scrollea! En pocos minutos tenemos todo. Tik Tok. Ya hemos recibido la ración diaria de infoxicación. Pero, ¿cuántos libros nos paramos a leer? ¿Cuántos reportajes en profundidad? ¿Cuántas conversaciones largas fuera de un chat? ¿Cuántos charlas extensas compartidas en una comida o una cena? Lo importante es que sea rápido y estimulante como un mal café expreso, bien torrefacto. La pausa ya no forma parte de la vida. Dejamos de tener el control sobre nosotros.  

El combate en el ring

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Incluso esta vorágine se ha llevado a la propia espiritualidad, la psicología y la salud mental. Vemos stories, vídeos cortos o vamos a conferencias donde la clave es la histeria. Que un buen mensaje no estropee los fuegos artificiales. Para qué profundizar, si con una frase nos vale. Vamos a encontrarnos con nosotros mismos a lugares donde lo que se mueve es el estrés y la motivación de unos minutos: “Tú puedes. Eres diferente. Aprende a venderte. La vida son dos días. ¿Y si mañana te mueres? Disfruta de las pequeñas cosas, pero rápido. Abraza, pero rápido. Besa, pero rápido. Recuerda: actitud, actitud, actitud. Y la sonrisa. Ríe, aunque llores por dentro. Carpe Diem. Si la vida te da limones, haz limonada. Y haz, haz, haz. Intenta, intenta, intenta. No pares, no pares, no pares... ¡Juega, juega, juega!”. Todo ello bien aderezado con un buen toque de “yoísmo”. Yo, yo, yo. Formatos vacíos, de palabras rápidas, de frases excitantes, de velocidad vertiginosa. Pim, pam, pum, como golpes de boxeo. Gritos, aplausos, des estrés con un click o con un golpe de pecho, empoderamiento de minutos y... ¡Buah, qué liberación!”, “Me como el mundo” ... Y al siguiente día todo igual, y otra vez a la rueda. Sin cambios. Y a por la siguiente dosis.  

El resultado de esta indigestión eterna es que nos perdemos. En realidad, no sabemos lo que queremos, porque cada día es nuevo y cada día hay que pintarlo con novedades. Todo tiene que ser nuevo porque si no es aburrido. Lo nuevo es bueno, a veces, si sirve para adentrarse en ello y que algún día deje de ser nuevo y sea algo que forme parte de ti. La búsqueda continua de lo nuevo, por su parte, es una combate en el ring contra los propósitos en el tiempo y la construcción de una identidad formada. Lo nuevo como estímulo fugaz, es la deconstrucción como emblema. Es no pensar. Es anular lo incómodo. Es la histeria “positiva” que nos mantenga en la ola.  

Podríamos seguir así hasta el infinito: con las relaciones, con el sexo y hasta con los amigos. Usar y tirar, divertimento rápido, emociones fuertes, estímulos e intereses (muchas veces ni siquiera compartidos). Cubrir esa necesidad instantánea y utilizar una situación o persona para satisfacerla (seguramente la otra persona piensa lo mismo, quizá ese es el acuerdo). “No me molestes mucho que estoy muy ocupado”, en buscar el nuevo reto hacia ninguna parte. Acabada esta micro necesidad, cubierto el ego. “Tengo las cosas muy claras”, es decir, nada claro. “Gracias, que te vaya bien y ya si eso nos vemos en la próxima”. O no.  

Los hijos son una de esas partes que pueden acercar a situaciones que nos anclan a vínculos, a la estabilidad, a un propósito, a la realidad como seres humanos. A los valores más naturales, a crear una verdadera identidad y a tener objetivos centrados. Sin embargo, cada vez es más común que incluso en ese mundo se haya permeado a la sociedad. Nos quitan “nuestro” tiempo. Vaya faena. 

En realidad, cada vez nos encontramos más perdidos porque nuestra identidad ya no es nuestra, ni la conocemos. No sabemos muy bien lo que creemos porque no tiene base que la sustente; y si la hay, muchas veces es errónea porque los pilares son de barro. Y así hacia abajo: al perder la identidad o reducirla a lo banal y al tener creencias débiles, que sin embargo defendemos con agresividad (otro oxímoron), pasamos a tener una falta de valores o, mejor dicho, valores cambiantes a gusto del consumidor. Valores que se centran en el interés y en un “yo” mal construido. Interés sin propósito, interés egoísta y liviano.  Para cubrir momentos, heridas o tapar deficiencias. Lo que hoy es bueno, mañana es malo; lo que hoy es malo mañana es bueno; lo que hoy es lógico, mañana ilógico; lo que hoy es sinceridad, mañana es hipocresía. Todo cambia, nada permanece. Hay que estar a la moda. Todo es futuro, el pasado ni vale ni de él se puede aprender. Hoy somos una cosa, mañana otra. Queremos ser todo y nada a la vez, saber de todo, desarrollar todo tipo de habilidades o "competencias" porque así nos lo exigen y nos lo exigimos como algo bueno. Y al final, nada. Superficialidad. Un poquito de todo, unos brochazos a cada lado de la pared, pero poco que rascar. Luces de neón arriba, abajo, a izquierda, a derecha, al frente y atrás. Cegados no vemos. 

En algún momento pararemos. La cuestión no es solamente el cuándo, sino el cómo estaremos de destruidos cuando lo hagamos y cómo empezar a construir de verdad sobre un solar de escombros. 

Había que ser un poco contundente e hiperbólico. Y así lo he sido. Es lo que piden "los nuevos tiempos". 

Que esta época de descanso y de reencuentros con lo real, nos sirva para reflexionar, pensar y disfrutar de nosotros, de las cosas y de la gente que nos rodea con pausa y sobremesa. Y que sirva de aprendizaje para integrar al regreso y empezar a evitar lo que hoy creemos inevitable.  





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