¿Para qué dar una respuesta, si puedes hacer una pregunta?
Esta conversación pudo haber tenido lugar alrededor del año 420 A.C.:
- Querido Maestro Sócrates, necesito tu ayuda. ¡Por favor dime qué debo hacer!
- Dime mi estimado Platón, ¿qué sucede?
- No sé si debo quedarme aquí o trasladarme a Éfeso.
- Qué hay en Éfeso?
- Acaban de fundar una academia muy moderna y mi familia sugiere que me vincule a ella.
- Cómo te podrías beneficiar de tu estadía allá?
- Hay muchos filósofos y matemáticos famosos y con excelente reputación.
- Qué te hace dudar entonces?
- Es que tengo a mi familia, mis amigos, los negocios de mi familia y a ti… ¡aquí!
- Qué es lo que realmente quieres?
- Quiero crecer como un hombre sabio, seguir tu camino y enseñar a otros en el futuro.
- Y dime querido Platón, para lograr esos objetivos que te has marcado, ¿qué alternativas tienes?
- Esa es una buena pregunta. Mi futuro por ahora está aquí. Quiero seguir aprendiendo contigo…
Aunque este diálogo es producto de mi imaginación y además está un poco modernizado, la idea es clara: Sócrates estaba ayudando a Platón a encontrar respuestas y soluciones para la situación que se le presentaba, pero nunca le sugirió una alternativa ni expresó preferencia por ninguna de las opciones posibles.
Es bien sabido que Sócrates no “enseñaba” a sus discípulos, sino que los estimulaba a redescubrir el conocimiento y las ideas que ellos ya tenían, a través de una serie de preguntas. Este método de enseñanza se conoce hoy como “diálogos socráticos”. El maestro hace preguntas a sus alumnos en vez de ofrecerles posibles respuestas. Esta estrategia podemos utilizarla en nuestras interacciones diarias con beneficios sorprendentes.
Cuando estamos conversando con colegas, amigos o familia y nos piden ayuda con una decisión que deben tomar, la reacción automática es ofrecer algún consejo y expresar una opinión con base en nuestra experiencia. Vemos las cosas desde nuestro punto de vista y el consejo que damos puede o no ser tenido en cuenta, dependiendo de las circunstancias.
Una mejor opción es apoyar a esta persona para que encuentre su propia respuesta, con base en sus propias experiencias y sus conocimientos. Imagínate la situación; la persona te pide consejo, pero en vez de comenzar a proponer acciones y sugerir ideas, le dices algo como: “dime qué está pasando, dime más”. Y escucha. Con todos tus sentidos. Quédate en silencio por unos segundos y no ofrezcas ideas. Dicen los expertos que la mejor pregunta es el silencio, pero un silencio sincero, atento. El silencio puede ser muy inquisitivo y eso es lo que la otra persona necesita.
Dicen los expertos que la mejor pregunta es el silencio, un silencio sincero, atento.
Para profundizar el proceso, puedes preguntar cosas como: ¿qué opciones tienes? Después que te dé una respuesta—tras una pausa de escucha—pregunta de nuevo: ¿Qué más puedes hacer? ¿Qué pasa si tomas esa acción que mencionas? ¿Qué obstáculos se te presentarían? ¿Cómo crees que puedes superarlos? Una pregunta a la vez, y siempre escuchando las respuestas en silencio.
Le estás dando a la otra persona el inmenso regalo de tu atención. Estás escuchando sin sesgos y sin juzgar, lo cual es de mucho valor. Le estás ayudando a reflexionar. Con tus preguntas y con tu escucha atenta, le estás sacando de su “zona de confort” y le estás estimulando para que encuentre opciones y alternativas que no había considerado. Le estás desafiando y con ello, ayudándole a encontrar las respuestas que está buscando.
Le estás dando a la otra persona el inmenso regalo de tu atención. Le estás ayudando a reflexionar.
Las preguntas abiertas que tú haces (¿cómo…? ¿Qué…? ¿Para qué…?) estimulan el cerebro y lo llevan a generar nuevas ideas. Eso es la mitad del proceso. Con la otra mitad contribuyes al escuchar con la intención de entender y no con la intención de cuestionar o responder. Una persona que escucha bien—y hace las preguntas correctas—actúa como interlocutor, como una “caja de resonancia” que no juzga, no contradice y no critica. El resultado es la mayoría de las veces extraordinario: la otra persona—quien vino a ti por sugerencias—se abrirá y evaluará por sí misma las ventajas y limitaciones de las diferentes opciones. Va a poder mirar la situación desde diferentes ángulos y definir en forma más apropiada las acciones a tomar.
En conclusión, en vez de dar a quien pide tu ayuda una sugerencia necesariamente sesgada y con base en información limitada, puedes ayudarle a generar sus propias soluciones, más satisfactorias y fundamentadas en el conocimiento completo y la experiencia propia que esa persona lleva consigo. Adicionalmente, dado que serán sus propias ideas las que salgan a flote—y no como resultado de los consejos de un tercero—es mucho más probable que se lleven a cabo las acciones planteadas.
¿Así que…para qué dar una respuesta, si puedes hacer una pregunta que genera mejores respuestas?
===========
Nota: Este artículo del autor fue publicado originalmente por Pluma Inc. en LinkedIn en enero de 2020 bajo el título: “Harnessing the Power of Deep Thinking”.
A veces creemos saber más y la verdad es que las respuestas están siempre detrás de la pregunta adecuada. Gracias por compartir!
Bien cierto, lo importante no es buscar una respuesta sino hacer la pregunta correcta.
Facilitator for Global Businesses | Board Member | Author
4 añosQue interesante artículo. Me encantan estos recordatorios. Practicar el silencio como prioridad.