Sobre la sostenibilidad del espíritu
En el marco de Research in Action XVII de ÚNICA, ocurrieron varias cosas que me hicieron sonreír desde el corazón un buen número de veces. Fue muy grato escuchar diferentes voces compartiendo un mensaje subyacente propositivo, un mensaje que apunta a la importancia de la multiplicación de pequeñas acciones positivas.
La voluntad de los participantes de trascender sus fronteras y dialogar con un mundo más amplio fue muy inspiradora. Siento que hubo cierta complicidad entre los asistentes que nos sabíamos estar compartiendo un momento descamisado y solemne al mismo tiempo. Me gustó mucho estar ahí y encontrar ecos en las particularidades de cada presentador y las reacciones de los asistentes.
Me encanta poder estar en un lugar donde las personas sienten que no necesitan tener la guardia arriba, porque allí justamente es cuando lo mejor de cada uno de nosotros sale a flor de piel, es donde entramos en contacto con lo más genuino de cada uno de nosotros.
Entre todas las presentaciones que vi, fue la del profesor Daniel Jiménez del Colegio Venecia IED la que se quedó paseando por mi cabeza todo el día. Quizás fue por la pasión embriagadora con la que describió de qué manera ha usado la música para cultivar mejores individuos que han de transformar sus comunidades. Yo también sé que se siente estar borracho de propósito y envuelto en una esperanza imperfecta pero palpable.
En una de las diapositivas que describía la disposición pedagógica que debemos tener los educadores, puso desprevenidamente la palabra “eutrapelia”. Aunque no dijo mayor cosa al respecto por cuestiones de tiempo, yo no pude retirar mis ojos de ella. Apenas la vi, supe que debajo suyo había una madriguera. Así, sin más ni más, ella se convirtió en mi proyecto de esa tarde. Necesitaba saber lo que significaba.
Después de un par de búsquedas, me enteré que era una de las virtudes de las que hablaba Aristóteles hace más de dos mil años en su libro Ética a Nicómaco. A través de los años se deformó su referente y pasó a ser considerada una suerte de pecado. Fue Tomás de Aquino quien, al revisar la filosofía aristotélica, le devolvió su brillo original y la hizo parte de la doctrina Católica.
Pero ahora bien, ¿en qué consiste dicha virtud? Aristóteles muy sabiamente se había dado cuenta de que hay ciertas inclinaciones del espíritu demasiado serio, que lo alejan del ideal de virtud que se jura estar alcanzando. Él se preguntaba si era lícito o no buscar el descanso en la diversión, que etimológicamente se refiere a un alejamiento de lo que podría ser considerado importante. Su respuesta fue un contundente sí.
Aristóteles consideraba que el agotamiento no sólo afectaba al cuerpo, sino también al alma. En el caso del cuerpo, lo necesario era descansar para volver a recuperar las fuerzas. En el caso de la fatiga espiritual, sin embargo, lo que se debía hacer era sumergirse en la liviandad y la diversión, eso sí, desprovistas de algún propósito en particular.
Este acto malabarístico de saber balancear el espíritu jocoso sin perder la debida seriedad y la rectitud moral era lo que Aristóteles definía como Eutrapelia. Dicha virtud estaba en el corazón de la amistad y la afabilidad. Su ausencia caracterizaba a los seres agroicos, aquellos personajes amargados que consideran inútil cualquier tipo de diversión, que consideran que la sonrisa es la antítesis de lo solemne, de lo importante, de lo serio.
Volviendo al profesor Daniel, creo saber porqué decidió incluirla en la lista de características deseables en los educadores. Es muy tentador para cualquiera sucumbir a las amenazas de nuestro tiempo. Los medios de comunicación saben que mantenernos en un estado de alerta constante es una gran manera de ganar audiencia, una audiencia que luego venden al mejor postor. Ellos saben que mantener excitado el sistema límbico es la mejor forma de robar nuestra atención. El sistema límbico regula nuestras respuestas emocionales y fisiológicas y su función principal es la preservación del organismo. Cuando percibe una amenaza, como las tantas que nos embuten a diario, entra en modo de supervivencia, en un estado de ansiedad y excitación que sólo busca algo o alguien que le ofrezca una salida. En ese río revuelto es donde pescan los ideólogos de todas las estirpes y todos los mercaderes de oropel.
A nosotros, como educadores, con más veras nos corresponde no caer en ese embrujo. Nos corresponde cultivar lo mejor en nosotros y nuestros estudiantes para poder responder de la manera más sensata a los retos del presente. Lejos de ser ésto una invitación a la ceguera voluntaria, es un llamado a la acción individual y colectiva diaria. Siento profundamente que si cultivamos nuestros dones particulares, podemos generar proyectos colectivos en un ambiente de mutualismo.
Hace un par de años en una entrevista, escuché a Fernando Savater compartir una idea que sigue palpitando en mí como si fuera de mi propia carne, una idea que hoy se une al espíritu eutrapélico que nos dio Aristóteles:
“Como educadores sólo podemos ser optimistas. Con pesimismo se puede escribir contra la educación, pero el optimismo es necesario para ejercerla. Los pesimistas pueden ser buenos domadores, pero no buenos maestros. La educación es un acto de coraje; cobardes y recelosos, abstenerse”
Admiro el salto de fe de Constanza Amézquita, nuestra Directora de Investigaciones y Sostenibilidad, y el de todos sus secuaces, porque crearon un espacio donde otros colegas, igualmente embriagados, pudieron compartir sus ventanas presentes que auguran un mejor mañana.
¡Brindo por ello!
Literacy and ESL Consultant for LaCar at Scholastic
5 añosHermoso artículo mi Mao!