Mi jefe no me motiva
Respecto a la motivación, podemos encontrar tres enfoques o líneas de pensamiento:
Primer enfoque: se basa en utilizar la amenaza y el miedo al castigo como fuente de motivación. Puede parecer exagerado hoy en día, visualizamos a un jefe tirano con un látigo, pero de modo más refinado y sutil se sigue dando hoy en día, en el que la persona que no alcanza el rendimiento esperado corre el riesgo de ser despedido, o incluso se le castiga con sutiles torturas modernas como en mobbing. Obviamente la motivación por miedo a los latigazos o a los despidos es una motivación que va a obtener muy poca aportación de valor de los trabajadores, sencillamente evitarán el castigo y llegarán a los mínimos establecidos, pero no entrarán en dinámicas de mejora continua ni similares. Es la ley de mínimos.
Segundo enfoque: surge en Estados Unidos después de la Gran Depresión en buena parte como reacción a los intentos del Taylorismo y el Fordismo por obtener la productividad en el trabajo a través de la “robotización” del empleado. Esta línea de pensamiento pone de relieve la existencia en las personas de aspiraciones que van más allá del dinero y de la supervivencia, como la de alcanzar metas, ser alguien, ser reconocido por su trabajo, autorrealizarse, etc. Parte del supuesto de que, si el empleado ve satisfechas en el trabajo esas aspiraciones íntimas, su rendimiento y su compromiso con la empresa aumentarán, lo que repercutirá positivamente en su productividad. Este enfoque entronca con los planteamientos humanistas, centrados en la motivación intrínseca frente a la extrínseca.
Estos planteamientos resultan intelectualmente atractivos, si embargo, su influencia práctica en la realidad de las empresas es mucho menor que su notoriedad académica. La mayoría de los directores que encontramos opinan que en las empresas son necesarias otras ideas de corte más clásico o económico que les producen una mayor sensación de control de la situación.
Tercer enfoque: vincula la motivación con la aspiración de ganar dinero, y en consecuencia se sitúa en el ámbito de la racionalidad económica. El concepto en el que se basa es sustancialmente el mismo que subyace en las primas a la producción, o en los incentivos a las ventas, o en la más moderna retribución variable: la convicción de que la posibilidad de ganar más dinero induce a esforzarse más.
Esta línea de pensamiento goza de una aceptación mucho mayor entre los directivos, que se sienten más seguros y con una mayor sensación de control de la situación. Es un modelo que logra mantenerse dentro de lo estrictamente económico y al mismo tiempo reconoce la voluntad libre de los empleados.
Dicho todo esto, los resultados de este tercer modelo no son espectaculares.
Hasta aquí llegan estas reflexiones, a la vuelta de Semana Santa seguiremos persiguiendo la quimera de la motivación.