PEQUEÑAS COSAS QUE IMPORTAN Y ENAMORAN EL ALMA
Esta es una historia pequeña de las que pasan desapercibidas a ojos grandes, a los mayores. Es una historia de niños, anónima, de esas especiales para personas que ven más allá de lo estereotipado, de lo políticamente correcto. Quizá sea una tontería para el resto de los mortales, pero muy entrañable e importante para mí por lo que significa. Me llamó la atención por eso, porque era una situación hermosa y sencilla, no hace falta más para enternecer.
Jesús ha llegado hoy de Valencia, de su viaje de fin de curso. Venía quemado por el sol, resfriado y contento. Hemos entrado en casa con la maleta y la mochila llena de chismes.
—¿Qué has traído, hijo, que pesa tanto?—, le pregunté.
—Pues unos recuerdos, mamá.
—Enséñamelos, enséñamelos porfi.
Jesús sacó lo que traía en la mochila.
—Muy bonito, ¿qué más has comprado?
—Nada más, mamá
—Y, ¿te has gastado todo el dinero en esto?
—No. Es que también he invitado a David y a Alex a un helado en Valencia. También había un pobre, me dio pena y le di unas monedas.
—Ya, y ¿qué más?—, le pregunté divertida.
—Había otro pobre pidiendo, me dio más pena y le di más monedas y…
—¿Y?
—Luego vi a otro pobre sin piernas, me dio más pena todavía y le di más monedas.
—Pero hijo, es mucho dinero. ¿No te quedaste con nada por si tenías una emergencia?
La historia que me contó era para enmarcar. No se podía ser más bueno e inocente.
La profesora aconsejó que no llevaran más de veinte euros para sus gastos. Nosotros le dimos cincuenta y me consta que la mayoría de las familias hicieron lo mismo, haciendo caso omiso a las recomendaciones de la tutora. El viaje de fin de curso llegaba a su fin. Al día siguiente regresarían a casa. Mi hijo estaba sentado en las escalinatas de la catedral de Valencia tomando un helado junto con otros compañeros y descansando de una larga jornada en el Oceanografic y la Ciudad de las ciencias. Era una tarde calurosa, más de lo habitual en ese mes de mayo de temperaturas máximas. Además del helado, compró una taza que simulaba un mando de la Play Station, un colgante con su nombre y unos imanes de frigorífico. Alex y David, dos de los compañeros de habitación, estaban junto a él tomando otro helado. Mi hijo les invitó porque eran de los que tuvieron la mala suerte de que sus padres siguieran las instrucciones de la profesora y ya no les quedaba dinero para más. Allí sentados, tranquilos, sudados, estaban dando buena cuenta de sus almendrados de chocolate cuando Alex se llevó la mano a la boca con un gesto de dolor. Se le había caído el colmillo que llevaba unos días moviéndosele. Con el diente en la mano embadurnado en sangre y chocolate no sabía si reír o llorar.
—¡Qué guay!¡Esta noche viene el ratoncito!—. Exclamó Jesús.
Alex le miró incrédulo. Sabían ya a sus once años que todo eso era un cuento.
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—¡Bah!, ya lo puedes tirar, no sirve para nada—, le sugirió una compañera descreída.
Mi hijo entonces le comentó.
—No le hagas caso. Guarda el diente y colócalo esta noche bajo la almohada. Nunca se sabe.
Alex, limpió el diente con un pañuelo, lo envolvió con el papel de plata que le quedó del bocadillo y lo guardó en el bolsillo de la mochila.
Esa noche, después de un día agotador y caluroso, Alex hizo lo que le aconsejó Jesús. Ya en el albergue, cuando se fueron a la cama después de cenar y ducharse, colocó el diente debajo de la almohada sin ninguna esperanza, por si casualidad existiera la magia.
No tardaron en caer dormidos. Jesús se mantuvo despierto con mucho esfuerzo. El cansancio se abría paso a través de su cuerpo y a punto estuvo Morfeo de hacer su trabajo. Le quedaban cinco euros que tenía destinados para un último helado antes de coger el autobús de regreso para Madrid, pero cambió de idea. Cuando todos estaban roncando, Jesús se levantó y se dirigió a la cama de Alex. Tomó el diente y dejó el billete en su lugar. Después durmió como un bendito.
Cuando Alex despertó al día siguiente, todavía medio dormido, metió la mano bajo la almohada, desganado, y palpó el billete arrugado. Se incorporó en la litera, asombrado, observándolo por las dos caras. Dirigió su mirada a la litera de enfrente, Jesús todavía dormía. Volvió a tumbarse, todavía quedaba una hora para levantarse. Cuando las monitoras les despertaron con sus gritos, se dirigieron soñolientos al baño para asearse antes de desayunar. Alex le enseñó entonces el billete a Jesús, esperando alguna explicación.
—Ha sido el ratoncito—, se limitó a decir mi hijo mientras se peinaba mirándose al espejo.
Alex le abrazó agradecido, con lágrimas en los ojos.
—Nunca el ratoncito me había dejado tanto dinero.
Jesús sonrió y volvieron a sus quehaceres matutinos.
Y así quedó. Desayunaron y se marcharon al pueblo de al lado a concluir las últimas compras. A Jesús no le quedaba más dinero, así que se sentó en la acera esperando con otros compañeros que también se encontraban en la misma situación, cuando llegó Alex con dos almendrados de chocolate y le ofreció uno a mi hijo.
—El ratoncito querría que nos tomásemos juntos los últimos helados del viaje—, le murmuró Alex sentándose a su lado.
Jesús lo tomó con agrado.
Alex no era su mejor amigo, no jugaban juntos en el patio, no hablaban mucho entre ellos. Pero Jesús no podía permitir que el ratoncito no viniera cuando se le cayó el diente. Ese día, de regreso a Madrid, se sentaron juntos en el autobús.
Ya os he dicho que es una historia más, pequeña, de situaciones cotidianas, sin importancia. Pero son estas historias la que me hacen creer que un mundo mejor puede ser posible. La bondad existe y los niños la tienen dentro y nos sorprenden con cosas tan maravillosas como estas. Somos los adultos los que les corrompemos, los que les cambiamos, los que no les dejamos ser niños. Dejémosles vivir como niños, que no crezcan antes de tiempo. Es la etapa más bonita de su vida, ayudémosles a que así sea.
¿Se puede tener un corazón más bonito?
Lógicamente me le comí a besos
Jefe de Linea de Investigación Maestría en Intervención Social en UNEFA Universidad Nacional de la fuerza armada
2 añosPasa,que se adormece" el niño que llevamos dentro",el psicólogo y pedagogo Erick Berne,describe en sus estudios que nos " componemos en nuestra siquis de tres niveles,padre,adulto,niño(denominado el" PAN") en el análisis transacciónal,uno y otro puede dominar,lo ideal, es" equilibrar" esas fuerzas,recordar que el "niño" nunca debe " dormirse" en nosotros.