Por qué las marchas no marchan

Por qué las marchas no marchan

Si algo sorprende en la convocatoria a las marchas contra el gobierno de Pedro Castillo, incluyendo la reciente del sábado 5 de noviembre, es que no reflejan el abrumador rechazo que el mandatario tiene, de acuerdo con todas las encuestas.

Por supuesto, para los agentes del Gobierno, esta paradoja demostraría que ese rechazo no es tan alto como se cree, pero esa sería una lectura lamentable y absurda, porque el hartazgo de la población es evidente de muchas maneras con expresiones espontáneas por donde quiera que el presidente y sus ministros aparecen.

Entonces, ¿por qué no se consuma tal animadversión ciudadana de manera masiva en las marchas convocadas una y otra vez? La respuesta cae de madura: porque no se siente representada por quienes las convocan.

Un sector importante de las bancadas no tiene voluntad de aplicar los recursos que la Constitución ofrece para poner fin al desgobierno y el otro se manifiesta débil y dividido. Por eso, a estas alturas, es clarísimo que solo la fuerza de las calles podría inclinar la balanza para que se activen por fin los mecanismos constitucionales que desalojen a Pedro Castillo de Palacio de Gobierno, el más rápido de ellos, declarar la vacancia presidencial por incapacidad moral.

La ciudadanía es consciente del daño que la actual administración está haciéndole al país, lo siente en sus bolsillos. Sabe también que tomará mucho tiempo reponerse del rápido deterioro y que no hay visos de enmienda o mejoría. Pero así y todo decide no respaldar las iniciativas que buscan presionar a la representación parlamentaria para tomar decisiones impostergables.

Se puede atribuir esta desidia a la apatía ciudadana. A una falta de compromiso, a una idiosincrasia sumisa y pasiva frente a injusticia y la corrupción. Pero aquella será una respuesta todavía superficial, pues, aunque fuese cierta, faltaría responder todavía la pregunta sobre el origen de esa apatía: ¿es innata, somos un pueblo envilecido, o somos un colectivo manipulable, infantil, que se deja movilizar al antojo del poder o del caudillo de turno?

Las grandes movilizaciones de noviembre de 2020 y las del 5 abril de 2022 –para citar las más recientes– demuestran que no es así; que, en determinadas circunstancias, la población capitalina y nacional sabe alzar su voz, unificar su voluntad y manifestar su rechazo de manera rotunda, al margen de quién la azuce o de quién pretenda erigirse como conductor o gestor de esa protesta.

Pero los sectores de la derecha han atribuido las jornadas de noviembre de 2020 a las instigaciones de la izquierda progresista y de los medios de comunicación “aliados de los caviares”; así como los sectores de la izquierda hacen lo mismo con la jornada de abril pasado, que imputan a la manipulación de la derecha y de los mismos medios de comunicación “vendidos al fujimontesinismo”.

Lo cierto es que, en ambas ocasiones, los dos sectores fueron rechazados por la población, y en ambos casos los medios no auspiciaron lo ocurrido, sino por el contrario reaccionaron de manera tardía. Las teorías de la manipulación quedan así descartadas. Tanto izquierda como derecha quisieron mostrarse como impulsores de cada movilización, sobre todo en las redes sociales, y de seguro muchos se subieron a la ola ante cámaras, pero en realidad su relevancia fue nula.

Entonces, ¿por qué la ciudadanía sí creyó necesaria aquellas veces su presencia en las calles, de manera abrumadora, como conducida de la mano por una misma voluntad? Es urgente leer y entender bien cuál fue la motivación, no porque los bandos políticos puedan sacar provecho de esa lectura, sino porque la población necesita conocer sus propias motivaciones para que, en un exceso de cautela, no vea perjudicados sus intereses colectivos.

Se engañan a sí mismos quienes desean promover la reacción ciudadana colocando a la cabeza a quienes consideran “líderes” de opinión, cuando no son más que desacreditados operadores políticos asociados a gobiernos pasados teñidos por la corrupción, como si la población no tuviese memoria y subestimando al adversario que apuntará a esa debilidad para derribar la iniciativa.

En su cuenta de Twitter, Carlos Zúñiga lanzó esta interrogante antes del 5 de noviembre: “¿A estas alturas qué importa más? ¿Mirar al lado y dejar de marchar, para que el gobierno siga con su descarada corrupción desmanteladora? ¿O salir a marchar contra eso, así sea mirando sólo al frente? A estas alturas toca volver a hacernos esta pregunta”.

Dije que era una pregunta pertinente porque aborda la disyuntiva del ciudadano común: ¿marchar con ellos para que salgan los corruptos de hoy y vuelvan al poder los corruptos de ayer? ¿Cambiar mocos por babas?

Se dirá que un problema a la vez, pero todavía para la población resulta un consuelo insuficiente y una media verdad intolerable. Todavía está muy fresco para la población que la actual crisis inició el día en que Keiko Fujimori hizo su pataleta y el fujimorismo y sus aliados decidieron hacer la vida imposible a PPK, el día en que fungieron de padrinos en el bautizo político de Pedro Castillo en la huelga docente de 2017, cuando despotricaban de los periodistas diciéndoles “prensa basura” y cuando se envalentonaron tras la vacancia de Vizcarra.

Este 5 de noviembre ha quedado claro que, si se quiere realmente lograr que el rechazo ciudadano en las encuestas se exprese de manera contundente con su movilización en las calles, se necesita renunciar de una vez a la lectura de secta política. Que los pretendidos “líderes de oposición” den un paso al costado y se haga una convocatoria amplia, sin protagonismos ni agendas ocultas.

Al fin y al cabo, es evidente que la salida de Pedro Castillo no solucionará los graves problemas políticos del país. Aunque despejará, sin duda, los malos pronósticos macroeconómicos, ya no es posible seguir pateando hacia adelante la reforma constitucional del capítulo político que devuelva equilibrio y tranquilidad a los controles de poder mutuos y clausure la fábrica de corrupción en que ha devenido el sistema de partidos y su monopolio electoral, tal como está configurado.

Si no se despeja el panorama, si no bajan al llano los dinosaurios del escenario de protesta y los compromisos de reforma política no quedan claros, se seguirán convocando más marchas de salva que, lejos de debilitar al régimen corrupto de Pedro Castillo, lo fortalecerán.

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