Los candidatos y sus significados, rumbo a la elección 2024
La política y los políticos enfrentan una crisis de credibilidad y confianza desde hace ya algunas décadas. Esto se ve reflejado también en el hecho de que las sociedades contemporáneas han entrado en extraños juegos compensatorios que nos han llevado a bandazos extremos como el de las victorias de Bolsonaro y Lula en Brasil; Trump y Biden en Estados Unidos; Duque y Petro, en Colombia, y López Obrador después de Peña, en México, por poner algunos ejemplos.
Si uno quiere verlo, es claro que ya no se trata de la plataforma de los partidos, ni de la fidelidad de la militancia a unos principios que fueron traicionados por sus liderazgos hace décadas. Ya no se trata de los discursos o las promesas de campaña, ni de lo que plantean los candidatos ni cómo plantean lograrlo. Hoy sabemos que las campañas y las contiendas se tratan de quién abandera la causa y su significado. Cada vez se trata menos de la coherencia y de lo que se ha construido con trabajo a lo largo de los años, y cada vez se trata más de los significados que construimos como sociedad al rededor de un personaje.
En México vivimos un periodo de más de 70 años en los que nuestro sistema político funcionó como "la dictadura perfecta”, así la bautizó el premio novel peruano #MarioVargasLlosa en 1990. El escritor usó este término para describir cómo era nuestro país bajo los gobiernos del #PRI, en los que, si bien había elecciones, el partido del presidente siempre ganaba; y en la que se permitía la crítica, pero en la medida en que le fuera útil al presidente y su partido.
Luego, con el nuevo siglo llegó la esperanza del “cambio”. La victoria de Vicente Fox en el año 2000 nos hizo creer que la corrupción, uno de los principales rasgos de los gobiernos priístas, llegaría a su fin y México comenzaría su ascenso al primer mundo en el concierto internacional. Muy temprano comenzó a gestarse la desilusión con el cambio, y la figura de #LópezObrador comenzó a dibujarse como la opción más radical de provocarlo.
En 2006 comenzó la polarización y México se dividió en 3 partes iguales; los que pensaron que López era una opción para reventar el sistema y cambiar la situación de nuestro país, los que pensaron que cualquier opción, incluso seguir igual, era mejor que López; y quienes seguían sin confiar en el sistema político y prefieren mantenerse alejados, sin participar activamente y sin emitir su voto, ya que ninguna de las opciones les inspiró esperanza ni confianza. El resultado fue el empate con el que llegó a la presidencia #FelipeCalderón.
Luego, en 2012, la sociedad mexicana mostró de manera clara su desencanto con el cambio y sus representantes y salió a manifestar que, en su recuerdo, “todo tiempo pasado fue mejor”, o que estábamos mejor cuando estábamos peor, y votó en masa por Enrique #PeñaNieto, orgulloso candidato de sangre priísta pura, que en menos de 3 años inició la demolición de su partido para mudar a sus cuadros más avezados a la nueva opción política en el país: un movimiento de corte popular y populista, más parecido a un carnaval que a un partido: #Morena, la Esperanza de México.
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Todos conocemos y recordamos lo que sucedió en 2018. México salió en masa nuevamente, repitiendo el 63% de participación de 2012, a votar por el candidato que representaba tirar el actual tablero político, por quien, a pesar de haber moderado sus formas, significaba un coctel molotov encendido y a disposición del pueblo de México, listo para ser arrojado al sistema político que en nuestro imaginario público solo representaba decepción, traición y corrupción.
La contienda 2024 ya comenzó. Morena adelantó mucho su proceso pensando que el carnaval del presidente podría seguir contagiando a los mexicanos, y que estos seguirán votando, una y otra vez, por aquella figura que él declare como su elegida. Hay muchas voces que califican como un error haber adelantado tanto el proceso, pues ninguna de las #corcholatas tiene un significado por sí misma, más allá del que representará ser elegido por el presidente, y hasta que esto no suceda, este proceso significará un desgaste para estas figuras, dejando en evidencia el vacío que representan.
Por otro lado, en la oposición surgió por fin una figura con el potencial de hacer frente y contrapeso, y ya lo está haciendo, al único candidato que ha tenido Morena a lo largo de 12 años. Este periodo de campaña adelantada está beneficiando como a nadie a #XóchitlGálvez, quien está siendo elegida por la mayoría de quienes no congenian con López Obrador; militantes de cualquier partido, interesados en política o no; para representar una opción distinta, aún sin forma ni color. Al rededor de #Xóchitl la sociedad mexicana está construyendo muchos significados positivos y deseables, para ser confrontados con todo aquello que representa el gobierno, sus errores y falacias.
En cuanto a los significados, la propuesta parece clara: el presidente volverá a ser el candidato de Morena en 2024, sin importar el nombre que aparezca en la boleta representando a la llamada 4T. Si el bloque opositor sabe leer se dará cuenta que en su mitad de la sociedad, la que no concuerda con el presidente, está sucediendo un fenómeno que es difícil de crear en política; un movimiento orgánico de simpatía y esperanza que ya también compraron los medios y las redes sociales, se llama xochitlmanía y, lo más importante, ya lo compró también el máximo influencer de México: Andrés Manuel López Obrador, quien se está volviendo el mejor promotor de Xóchitl, ya la eligió como adversaria y le está resultando muy difícil hacerle daño, construirle un significado negativo que sea de fácil aceptación para la población. En 2024 viviremos un proceso electoral sumamente interesante y, contra todo pronóstico, competido. Por lo pronto el mismo AMLO está al frente de las dos campañas: la suya, como desde hace al menos 24 años y, ahora, la de Xochitl, al mencionarla cada día en la máxima tribuna de su gobierno: la mañanera.