¿Es una verdad absoluta que debemos ser empáticos en todas las circunstancias?
Con la llegada de las nuevas disciplinas relacionadas con el crecimiento personal y el desarrollo profesional, se ha hecho más visible la necesidad de las llamadas habilidades sociales. Todo el conjunto de conceptos que otrora daban forma a la vida compartida en sociedad dieron un vuelco al llegar esas nuevas teorías que hablan de una sociedad más justa, más equitativa, con más equilibrio, con más derechos y todo ese abanico de bondades que traen poner en práctica estos nuevos recursos que, en realidad, siempre han estado en el ser humano.
Dentro de este grupo de habilidades, hay una que, como en todos los colectivos, resalta. La han vendido muy bien, aunque algunas personas como en todas las imposiciones, se cuestionen si es realmente tan buena, exitosa y beneficiosa, como les quieren hacer creer.
La empatía es esa gran habilidad social que expertos y profesionales de distintos sectores, sobre todo relacionados con el mundo interior del ser humano, han hecho elevar a lo más alto del pódium de esa competición por características que conviertan a alguien en una mejor persona.
La empatía, bien entendida, se trata de poder tener la capacidad de comprender y entender lo que vive una persona desde su mismo lugar, es decir, poniéndose en el lugar del otro. Y, lo cierto es que, ¿es eso posible?. ¿Se le puede pedir a un inquilino al que le okupan su piso que se ponga en la piel de la persona que la invade su vivienda?, ¿se le puede pedir a un hombre que comprenda que su expareja no le deja ver a sus hijos sólo para que él sufra?, ¿se le puede pedir a una mujer que experimente en carne propia lo que vive un hombre que no la ha tratado de forma asertada, correcta y respetuosa?, ¿se debería obligar a un emprendedor a entender desde su misma piel a un empleado que se pide una baja sin una enfermedad real?, ¿o a un empleado que no es bien tratado por su jefe se le puede pedir que agradezca la productividad de la empresa?, lo cierto es que no. Se pueden hacer muchas acciones, tomar diferentes comportamientos, y lo único que va a llevar a un buen término a éstas personas es ser conscientes de lo que sienten al respecto de lo que viven ellas mismas y las otras relacionadas en una circunstancia comùn. Por lo tanto, la empatía no puede ser otra cosa que una decisión tomada desde la prioridad individual ante una situación en la que quien se ve influenciado de forma no positiva, debe tomar decisiones conscientes acerca de si puede entender, sentir, comprender, aceptar y disculpar al otro o no.
La empatía se ha convertido en una moneda de cambio para una serie de situaciones que no aplica, forzando a muchas personas a vivir en contravalor por estar diciendo y haciendo algo que realmente no sienten.
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Por supuesto, ninguna circunstancia es igual a otra y hay que valorar el contexto y las distintas realidades de los involucrados. Lo que es imprescindible es respetar que una persona decida o no ser empática ante una eventualidad que le afecta directamente.
En el ámbito empresarial se ha forzado al extremo y lo que se ha conseguido es una especie de confrontación entre líderes y empleados que no es necesaria y no hace falta. No se puede en nombre de la empatía invadir espacios exclusivos de la gerencia, ultrajar los derechos que por definición y práctica tienen los emprendedores y empresarios, y hacer creer que si no son empáticos, no son buenos o son explotadores y abusivos, porque según en qué caso, serán estos los que tengan la balanza a su favor y, en ese punto, la empatía no es ni siquiera una habilidad.
El crecimiento personal y el desarrollo profesional deben ser decisiones tomadas desde la conciencia y no una imposición social. Los que trabajamos en estas áreas tenemos la enorme responsabilidad de no romantizar ni amenazar una habilidad tan relevante y determinante como la empatía.
Quizá respetar que alguien decida no ser empático es nuestra mayor muestra de empatía en un momento determinado.